Wilson Flores-Herrera
El conflicto entre árabes y judíos, tiene expresiones en episodios acaecidos desde tiempos muy remotos. Estos enfrentamientos se radicalizan en las primeras décadas del siglo XX debido, en gran medida, a la intervención colonial del imperio británico que durante la 1era. Guerra Mundial encontró una oportunidad geopolítica para hacer posible la disponibilidad de un territorio para el establecimiento permanente de judíos que habían sido afectados por la diáspora de años precedentes. En 1947, culminada la 2da. Guerra Mundial, se funda el estado de Israel a pesar de la negativa, el rechazo y las advertencias por parte de las naciones árabes que apoyaban a Palestina. Aparece en escena EEUU que observa en aquella situación una opción viable de levantarse con un socio estratégico que le permita mantener el control del oriente medio, región que se caracteriza por una elevada producción de petróleo, pero que acarrea una histórica tradición de alta conflictividad política, social y militar. En mayo de 1948 se produce la primera de una serie de guerras árabe-israelíes, que una vez ganadas por Israel -dado el enorme apoyo que comienza a recibir de las grandes potencias- le posibilita consolidar un poder local que muestra su beligerancia en años posteriores -1967 y 1971- contra Palestina. Los nuevos conflictos armados, que se producen en las primeras décadas del siglo XXI, evidencian la escala de las operaciones militares del ejército y la fuerza aérea israelitas, que no escatiman en atacar de manera indiscriminada a la población civil.
El 7 de octubre de 2023, un ataque de las milicias de Hamas y la Yihad islámica (del cual no se tiene información veraz sobre su origen) a poblaciones de la frontera palestino- israelí, que produjo, según fuentes oficiales del gobierno israelí, la muerte de 1.200 personas y la toma de 240 rehenes, se tomó como pretexto ideal para una reacción desmedida del ejercito sionista, que aprovechó este incidente para asestar un golpe definitivo en su afán por des-arabizar el territorio palestino. Al 15 de mayo del presente año, transcurridos 7 meses desde el inicio del conflicto, el Ministerio de Salud de la Franja de Gaza[1], anunció que 35.034 personas han muerto desde el inicio de la guerra con Israel y 78.755 personas resultaron heridas, al tiempo que 1,9 millones se cuentan como desplazados. La excusa del gobierno sionista ha sido “Israel tiene derecho a defenderse” y faltando a la promesa de respetar el derecho internacional humanitario, ha perpetrado un genocidio contra la población civil, acto que ha sido condenado ampliamente por la gran mayoría de los países del mundo. De acuerdo con la información de Amnistía Internacional[2], el 9 de octubre, Israel impuso un asedio completo sobre Gaza impidiendo el suministro de electricidad, combustible y alimentos, agravando una crisis humanitaria ya apremiante para más de 2,2 millones de personas atrapadas en su territorio.
Según Naciones Unidas[3], la destrucción económica de Gaza supera los 18.500 millones de dólares. Esto equivale al 97% del PIB combinado de Cisjordania y Gaza en 2022, según un informe del Banco Mundial. Los constantes bombardeos de Israel han dañado todos los sectores de la economía, especialmente la vivienda. Las infraestructuras de servicios públicos, como el agua, la salud y la educación, representan el 19%, y los daños en edificios comerciales e industriales, el 9%. Los efectos acumulativos catastróficos en la salud física y mental han afectado con mayor dureza a las mujeres, los niños, las personas adultas mayores y las personas con discapacidad, y se prevé que los más pequeños se enfrenten a consecuencias de por vida en su desarrollo. Con el 84% de las instalaciones sanitarias dañadas o destruidas, y la falta de electricidad y agua para el funcionamiento de las restantes, la población tiene un acceso mínimo a los medicamentos y a los tratamientos que salvan vidas. El sistema de agua y saneamiento está prácticamente demolido, con menos del 5% de su producción anterior, y la población depende de raciones limitadas de agua para sobrevivir. El sistema educativo ha colapsado, con el 100% de los niños sin escolarizar.
Frente a esta situación, un movimiento de estudiantes universitarios, en Estados Unidos, que comenzó de manera muy modesta, fue el detonante para aglutinar posteriormente a miles de personas en torno a una generalizada protesta pacífica en contra del estado de Israel representado por su primer ministro el líder sionista Benjamin Netanyahu, responsable de las decisiones que han causado tanto dolor al pueblo palestino. Las formas de protesta han sido múltiples, destacando entre ellas las acampadas que se realizan en el interior de instalaciones universitarias y las movilizaciones en espacios abiertos que, a decir, de ciertos observadores, hoy por hoy, han alcanzado un nivel que coincide con el que tuvieron las protestas contra la guerra de Vietnam de la década de los 60 y 70 del siglo anterior. Lo que empezó en la Universidad de Columbia en New York se extendió a universidades de California, Atlanta, Michigan, Arizona, Minnesota y otros estados del país del norte. La respuesta, tanto entonces como ahora, ha sido la represión policial contra estudiantes, profesores y familiares. Empresarios norteamericanos, de estirpe conservadora, no han dudado en amenazar con utilizar la IA para identificar a los estudiantes participantes en las protestas para no recibir sus hojas de vida y CV en caso de que soliciten un trabajo en alguna de sus empresas, y claman porque el gobierno norteamericano propicie una generalizada criminalización de la protesta social.
El objetivo de estas marchas estudiantiles, además de exteriorizar su solidaridad con el pueblo palestino, es solicitar un inmediato alto al fuego y el cese de la ayuda militar que EEUU ofrece a Israel, afectando recursos fiscales que bien podrían ser utilizados para solucionar graves problemas que tiene la población pobre e indigente de ese país. Se pide, igualmente, eliminar la relación con los grupos de vendedores de armas y reformar los términos de cooperación en lo relacionado a las labores de seguridad y espionaje con el gobierno sionista. Otro pedido consiste en suspender convenios de cooperación, en el ámbito educativo, con universidades judías. Como respuesta, la policía norteamericana ha arrestado a más de 2.000 estudiantes y profesores acusados de “alteración del orden público o invasión de la propiedad privada”. Además, muchos otros han sufrido amenazas, sanciones e incluso expulsiones de los centros docentes.
Sin embargo, la movilización se radicaliza y se extiende hacia otras latitudes, los estudiantes de numerosas universidades europeas también se han plantado contra el genocidio en Gaza esgrimiendo las mismas exigencias que sus homólogos americanos y haciendo que el movimiento #StudentsforGaza prospere. De esta manera, en las últimas semanas se han visto manifestaciones, sentadas y acampadas en Alemania, Italia, Reino Unido o Francia -principales proveedores europeos de armas a Israel-. En Berlín y París, la represión policial y los arrestos han sido frecuentes, y en Ámsterdam los antidisturbios han llegado a utilizar retroexcavadoras para destruir las tiendas de campaña y las barricadas con pancartas que los estudiantes colocaron en algunos accesos a la universidad[4]. En España se han sumado al proceso las universidades de Valencia, Complutense de Madrid y la de Barcelona. Esta última ha acordado oficialmente romper relaciones con instituciones israelíes basándose en las demandas estudiantiles, que piden que esta iniciativa se haga extensible a la Generalitat de Cataluña y al Gobierno de España. En Euskadi y Navarra las movilizaciones han comenzado esta semana con acampadas en varios campus de las universidades del País Vasco y Navarra. La Universidad de Kyoto en Japón se suma a la revolución de las universidades y del movimiento estudiantil global en solidaridad con Gaza y en contra del genocidio.
En América Latina, las protestas se han extendido en México, Chile, Venezuela y Argentina, así como se registran importantes movilizaciones universitarias en Colombia y el Ecuador. En el caso de nuestro país, el lunes 13 de mayo en Quito[5], estudiantes de diferentes universidades se movilizaron para rechazar el genocidio del pueblo palestino y en apoyo a las manifestaciones de universitarios en Estados Unidos en solidaridad con ese país árabe. Este lunes, los exteriores de la UCE y la EPN amanecieron con consignas y pancartas en solidaridad con los jóvenes de la Universidad de Columbia, reprimidos por la policía. Este gesto del movimiento estudiantil ecuatoriano, se suma a millones de voces en el mundo que piden parar el genocidio sionista contra el pueblo palestino y poner fin a todo tipo de opresión y neocolonialismo.
[2] https://www.es.amnesty.org/crisis-en-gaza-e-israel
[3] https://news.un.org/es/story/2024/04/1528771
[4] https://www.elsaltodiario.com/genocidio/protestas-universitarias-pro-palestina
